Hace
aproximadamente 2000 años, grupos humanos que ocuparon el Alto Magdalena construyeron
grandes montículos funerarios conformados por estructuras y tallas en piedra
con representaciones de seres humanos y animales.
Desde
el siglo XVII, la región ha sido blanco de guaqueros y saqueadores que han ocasionado
la destrucción de estatuas y su comercio ilegal. No obstante, a partir del
siglo XX, los enterramientos y tallas de piedra han sido igualmente objeto de
investigación de viajeros y científicos colombianos y extranjeros,
convirtiéndose en uno de los lugares que han impulsado el desarrollo de la
antropología y la arqueología en el país.
El
interés por estos sitios, con piezas monumentales de valor arqueológico y patrimonial
excepcional, motivó la realización de la primera expedición arqueológica
en Colombia, en 1936. Igualmente, sirvió para los trabajos de campo e
investigaciones del Servicio Arqueológico Nacional (1938) y el Instituto
Etnológico Nacional (1941), entidades gubernamentales donde se formaron los
primeros hombres y mujeres antropólogos del
país, interesados en estudiar y proteger el patrimonio arqueológico y
cultural.
Esta
pieza representa una figura humana de cuerpo entero con un faldón, tallada en
altorrelieve sobre una laja de toba volcánica y motivo recurrente en la
estatuaria agustiniana, similar a la encontrada en el Alto de la Chaquira. La
escultura fue repatriada desde Francia en 1998, junto con dos estatuas más, que
habían sido robadas entre 1994 y 1995.