Palabras de Daniel Castro Benítez, Director del Museo Nacional de Colombia en el evento de preinauguracion de la Exposición “Pintores en tiempos de la independencia. Figueroa, Gil de Castro, Espinosa”.
28 de noviembre de 2019.
Cuenta Roland Barthes, filósofo, escritor, ensayista y semiólogo francés, que un día, ya hace mucho tiempo, dio con una fotografía de Jerónimo, el último hermano de Napoleón (1852). Se dijo entonces, con un asombro que nunca pudo volver a despejar, que a través de esa imagen estaba viendo los ojos que habían visto al emperador. A veces él hablaba de ese asombro, pero como nadie parecía compartirlo, ni siquiera comprenderlo, terminó olvidándolo.
Hace menos tiempo del que habla Barthes, exactamente en el 2014, tuve noticia de la gran exposición dedicada a José Gil de Castro, el gran pintor de los libertadores de Perú, Chile y Argentina, que en ese momento se presentó tanto en Lima como en Santiago de Chile. Con la celebración del Bicentenario de la independencia de Colombia en la mira, consideré que sería una gran oportunidad poner en diálogo a ese gran pintor peruano con su par en Colombia, el abanderado José María Espinosa, por medio de una exposición internacional. Lo anterior se justificaba en la medida en que la victoria de Bolívar sobre los ejércitos del Imperio español en la Nueva Granada fue precisamente el acontecimiento que sirvió de pivote a los procesos independentistas en el resto del continente, de modo que una conmemoración de los doscientos años de vida republicana de nuestra nación, realizada desde el Museo Nacional de Colombia, también sería un festejo, por medio del arte, de la independencia de muchas de nuestras naciones hermanas. Venezuela, Ecuador, Perú, Bolivia y Uruguay en 1821, 1822, 1824, 1825 y 1828, con dos antecedentes en Argentina y Chile en 1816 y 1818 respectivamente.
En ese contexto y a medida que nuestro proceso avanzaba, se sumó de manera resuelta y entusiasta la Embajada del Perú en Colombia, su excelencia el embajador Ignacio Higueras y su equipo de trabajo. En su momento se sumó a esta inicativa Luis Guillermo Romero y luego Yolanda Sánchez, quienes gracias a sus buenos oficios han logrado que tengamos un conjunto excepcional de obras de Gil de Castro en Bogotá, provenientes de las colecciones del Museo de Arqueología, Antropología e Historia del Perú (MNAAH) y del Banco Central de Reservas. Agradezco especialmente ese apoyo, así como el de las otras entidades y personas que generosamente han prestado sus obras para la muestra, del mismo modo que a los patrocinadores Primax y Credicorp.
Otras instituciones del exterior que tuvieron un papel central en la consolidación de esta exposición fueron además el Museo Histórico Nacional, Chile, y el Museo Histórico Cornelio de Saavedra, Buenos Aires. A su vez, quisiera agradecer también, en Bogotá, al Museo de la Independencia Casa del Florero y a la Casa Museo Quinta de Bolívar, museos hermanos del Minsterio de Cultura con sede en Bogotá, al Banco de la República, a Bancolombia, la Arquidiósesis de Bogotá y a los coleccionistas privados que han cedido sus obras gentilmente para la muestra, entre otros. También debo agradecer de manera especial a la Universidad de los Andes, que contribuyó en la realización de estudios técnicos especializados sobre algunas obras colombianas de la exposición, a través de la labor de Mario Omar Fernández, colega y amigo de tantas iniciativas conjuntas a favor de la conservación de nuestros patrimonios museales.
Debo indicar que una acertada decisión curatorial propuso incluir en esta exposición al pintor colombiano Pedro José Figueroa, el más destacado artista activo en los años del cambio de régimen en la Nueva Granada, identificado como descendiente de una familia de pintores coloniales –vínculo aún no demostrado plenamente– y el menos estudiado de los tres nombres que figuran en esta exposición. Esta curaduría binacional, recayó en dos investigadoras de primera línea: Laura Malosseti de Argentina y Carolina Vanegas de Colombia. Gracias a ellas por su entusiasta, dedicada y siempre altamente profesional labor que toma forma en esta muestra. Así mismo, se debe destacar el trabajo de los comisarios que acompañan las obras, cuya labor suele creerse que no es más que un tema de clase ejecutiva y viajes al exterior. Nada más alejado de la verdad. Son ellos quienes se encargan del cuidado y control de las obras en viajes que suelen ser bastante largos y,muchas veces, en medio de condiciones adversas y complejas. A Raul Picconi, comisario del Museo Histórico Cornelio de Saavedra, Buenos Aires, Argentina, y Enrique Quispe, comisario de las obras del MNAAH del Perú, gracias por su confianza y amabilidad.
Volviendo a los pintores, Figueroa retrató a distintos personajes de la sociedad novo granadina de finales del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX, entre ellos, a algunos de nuestros libertadores. De estos tres pintores en tiempos de la Independencia, solo conocemos el rostro de Figueroa y de Espinosa. Sin embargo, los tres, incluido Gil de Castro, en cuanto que fueron testigos de su tiempo y vivieron una época de cambios y transformaciones sociales y culturales, reflejaron en sus obras una transición no solo estilística, sino también de orden político y cultural, lo cual derivó en nuevas formas de representación plástica tanto en la esfera privada como pública.
Ahora bien, y tal como lo reitero siempre en estos momentos de apertura y aún más en uno tan especial como el de esta conmemoración bicentenaria, el gran esfuerzo y el trabajo de filigrana que se despliega antes de una inauguración es casi que indescriptible. Para la muestra, cabe mencionar solo unos ejemplos:
En primer lugar, la solicitud de las obras de Lima debía ir de la mano con la garantía de que ellas tuvieran en Bogotá unas condiciones de humedad y temperatura coincidentes con la capital peruana, lo cual nos llevó a realizar pruebas desde hace casi dos meses para que estas pinturas pudieran mantenerse bajos esos requerimientos específicos. Con este fin, se decidió diseñar un grupo de vitrinas especiales, cuyas condiciones físicas han sido probadas y analizadas por el equipo de conservacion del Museo Nacional con consultas a expertos del Museo de Arte Metropolitano de Nueva York, hasta llegar a unas decisiones que son producto de este intercambio técnico y profesional entre nuestras instituciones.
En segundo lugar y por una situación particular, dos días antes de la inauguración los textos de pared que están sobre superficies rojas, que técnicamente se denominan plotter de corte, no se adherían debidamente a la superficie durante el montaje, lo que condujo a que quienes realizan el montaje pusieran manualmente cada letra y la mantuvieran en su estricta alineación.
El tercer y último ejemplo tiene que ver con nuestro par en Madrid que celebra doscientos años de su creación, tal como haremos nosotros en tres años. De sus propuestas expositivas en curso, el Museo del Prado nos presta indirectamente el color emblemático que lleva la sala de nuestra exposición, el cual recrea los tono que adornan el Gabinete de descanso de sus majestades, exhibido a la fecha en la sala 39 del edificio Villanueva, lugar que vuelve a reunir la mayoría de las pinturas que fueron colgadas en ella a partir de 1828 –un total de cuarenta y cuatro cuadros–. Todas las obras que se exhiben ese museo son contemporáneas de muchas de las que exhibimos en Bogotá en esta exposición. Cuando nos encontrábamos ultimando detalles del diseño de la exhibición, esos colores terminaron siendo un giño afectuoso al Perú, pues puede leerse en el espacio las franjas de su propia bandera: rojo, blanco y rojo.
Todo este trabajo es posible gracias a Ana María Cortés, subdirectora del Museo Nacional de Colombia, quien se encarga de manera minuciosa y supremamente rigurosa de todos y cada uno de los detalles de la exposición, para que el resultado final sea siempre de excelencia.
Agradezco igualmente a Laura Ortiz y Julio Bedoya y a todos los equipos de museografía, renovación de salas, servicios generales, los equipos de vigilancia, así como a la invaluable colaboración de la Asociacion de Amigos del Museo Nacional de Colombia, institución quem en cabeza de Maria de los Angeles Holguín, su directora ejecutiva, hace posible que muchos detalles se resuelvan pronta y ágilmente.
A los proveedores que le van dando forma a la exposición en la elaboración de las vistrinas, en el suministro de los materiales, en las enmarcaciones cuando son necesarias y otros tantos detalles. A Neftali Vanegas por su trabajo siempre excepcional en la concepción del disñeo gráfico y, last but not least, a los equipos administrativos, de control financiero y planeacion, al área jurídica y al equipo de comunicación educativa que iniciará su tarea desde mañana con esa disposición para crear los escenarios de diálogo e intercambio con los visitantes.
Antes de terminar, quiero compartirles que los retratos de Simón Bolívar y de José Olaya de autoría de Gil de Castro, pertenecientes a las colecciones del Museo de Arqueología, Antropología e Historia del Perú, salen por última vez y de manera excepcional de su sede permanente para esta exposición. Esta institución nos ha informado que, por razones de conservación, será la última vez que estas obras se prestarán para ser exhibidas fuera del Perú. Este hecho constituye un gran privilegio para el público colombiano y extranjero que visitara el Museo Nacional entre mañana y el 1 de marzo del 2020 y podrá ver estas obras maestras del patrimonio peruano.
Volviendo a Barthes, esta exposición busca que los espectadores tengan el gran privilegio de ver los ojos de quienes vieron a nuestros libertadores. No obstante, queremos que ese asombro, del que el filósofo francés no pudo desprenderse y que dejó momentáneamente en el olvido, nos permita hoy tener igualmente frente a nosotros las efigies de esos seres de carne y hueso, que si bien hemos magnificado y glorificado a lo largo del tiempo por medio de bronces, piedra y mármol, fueron resultado del trabajo de esos artistas, como producto de su intercambio personal y directo con Bolívar, San Martin, O'Higgins y Santander, entre muchos otros próceres de la Independencia. Dicha presencia física fue plasmada gracias a ese intercambio de miradas, en las que podríamos decir, como Barthes, que también hemos visto los ojos de quienes vieron a Figueroa, Espinosa y Gil de Castro mientras hacían su trabajo y nos legaban, en virtud de sus habilidades para la observación, el trazo y la reproducción de los rasgos de sus modelos, lo que hoy reconocemos como los verdaderos rostros de quienes nos dieron la independencia y la libertad.
Finalmente, la conmemoración de nuestra independencia nacional, a partir de esta exposición que ha puesto en conversación de manera inédita a estos tres importantes artistas testigos de un periodo crucial en nuestras historias compartidas, debe dejarnos trazada una ruta y unas tareas que abran nuevas sendas hacia otras formas de análisis y apreciación del arte latinoamericano y sus creadores de finales del siglo XVIII y la primera mitad del XIX. Una muestra que tiene la responsabilidad de evitar ese riesgo de olvido vivido por Barthes y sí, por el contrario, compartir el asombro y la comprensión de lo que significa dejar un registro del espíritu de un individuo por medio del arte. Así mismo, esta muestra tiene la tarea de abrir nuevos caminos que trasciendan las fronteras locales, para atreverse a explorar horizontes cada vez más integradores, plurales y críticos, como lo fue en esencia la visión y norte de quienes dieron forma a nuestras naciones hace doscientos años.