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¿Cómo contar una historia que ya alcanza 195 años? ¿Cómo una larga novela o resumida casi de la misma manera en que Augusto Monterroso, escritor hondureño, redacta su célebre cuento que parece más bien un haikú?: "Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí".
Voy a tratar de buscar el punto medio, que tal vez se incline más a la segunda opción, pues lo que nos convoca hoy, más que una extensa lección de historia, es la posibilidad de celebrar y de encontrarnos, de sentarnos a la mesa que es uno de los actos más cálidos y amigables que los seres humanos hayamos concebido, para poder celebrar, para poder intercambiar experiencias, para poder compartir momentos vitales y por añadidura disfrutar de los alimentos que con paciencia y cuidado se preparan para ese momento.
Los tres capítulos de este breve relato, están inspirados en el nuevo enunciado de misión que el Museo redactó en el último año en forma de una declaración de sentido, y que se inicia con un ejercicio muy significativo, por el hecho de que resume los aportes de todas y cada una de las casi 120 personas que trabajan en esta institución. Un grupo admirable de ciudadanos que ofrecen su energía, su dedicación, su creatividad y su entusiasmo a permitir que otro tanto de los cientos de miles de ciudadanos que nos visitan, puedan tener contacto con sus patrimonios culturales materializados en las colecciones de arte, historia, arqueología y etnografía que el museo conserva con riguroso cuidado.
"Nosotros, orgullosos de nuestras familias y de nuestros amigos, de nuestras profesiones y de nuestros logros, de haber mantenido o retomado las riendas de nuestras propias vidas, y de contribuir a la paz y al desarrollo del país. Vemos a Colombia como una sociedad respetuosa, solidaria con las historias de las otras personas, que reconozca escenarios y formas de educación alternativa, que dude sobre comportamientos y actitudes sectarias, que fortalezca los beneficios del trabajo en equipo de manera pluralista y democrática y que fomente una cultura para la paz.
Debo decirles a todos, y en especial a usted Señor Presidente que cuando recopilábamos estas ideas, las conversaciones de paz avanzaban, sin saber en ese momento el término al que llegarían. Lo importante de ello es poder comprobar cómo quedó plasmado ese anhelo, en esa declaración. Anhelo que seguramente usted, señor Presidente ha constatado igualmente a lo largo y ancho del país, y que se manifiesta y personaliza en este grupo humano que labora en este sitio, y que es a su vez un reflejo y una muestra de esa diversidad de lo que es Colombia.
Esos tres capítulos de los que hablaba antes, mencionan en la misión que todo lo que hacemos, se hace en función de poder reconocer, celebrar, reflexionar y dialogar sobre lo que fuimos, somos y seremos como país.
Por ello, para contar esa historia, hoy quiero transferir esos tres momentos al tiempo del Museo Nacional. Resumir, qué fue. Que es y que será. Un relato que, como todo relato que se respete debe comenzar por el tradicional "Érase una vez…"
¿Qué fuimos entonces?
Reza la Gaceta de Colombia del 18 de julio de 1824, que érase una vez un Museo colombiano. Y que con placer se anuncia al público, porque "el día 4 de los corrientes se abrió presencia de S.E. el vicepresidente (Francisco de Paula Santander) de los secretarios del interior y de la guerra y alguna comitiva.
El museo en su infancia – continúa la Gaceta- posee ya algunas cosas raras; las siguientes son las principales. Una colección de minerales (...) en las que se encuentran algunas muestras singulares por su cristalización y escasez (...) tiene algunos pedazos de hierro meteórico encontrados en diferentes partes de la república y analizados por los señores Rivero y Boussangault. Muchos huesos de animales desconocidos sacados en Soacha que son muy curiosos por su tamaño. Una momia encontrada cerca de Tunja con una manta bien conservada, y se supone tener más de 400 años. Algunos insectos de extraordinaria hermosura. También posee varios mamíferos, reptiles y peces y algunos instrumentos muy bien hechos. Tiene además el establecimiento un laboratorio y una sala de dibujo. Deseoso el gobierno de fomentar un establecimiento que es indispensable para propagar las luces, y ver al mismo tiempo reunidos en la capital todas las producciones de la República; encarga a los intendentes gobernadores, curas, jueces, políticos y alcaldes remitan todas aquellas cosas curiosas, como minerales, animales, pájaros, insectos, reptiles, peces, conchas, etc., etc. Los que puedan venir vivos serán más apreciables. De lo contrario se enviarán de modo posible, teniendo siempre cuidado de remitir los animales con sus cabezas y pies, los reptiles y peces pueden remitirse en aguardiente, y los insectos clavados con alfileres, poniéndoles en cajones muy bien cerrados en los que se pondrá un poco de pimienta o tabaco para que los insectos no dañen los esqueletos. (...) Se espera que con la ayuda de estas personas en algunos años la capital de Colombia podrá rivalizar con los gabinetes de las naciones europeas, pues son incalculables sus riquezas en estos ramos."
Curiosidad, variedad y emulación dan cuenta de ese primer momento en el cual, sin embargo cabe reconocer cómo los restos orgánicos o esqueletos de seres humanos o animales lo convertían inevitablemente en una especie de cementerio de la naturaleza. Y a lo que se irían sumando los despojos proceros de las guerras de independencia, los retratos de héroes y personajes de la sociedad, ya fallecidos o en trance de estarlo, o los productos de las incipientes investigaciones arqueológicas y etnográficas, que le seguían apostando al hecho curioso y singular.
El tiempo pasa y con él las personas que fueron encomendadas para su cuidado. De cada una de las 27 mesas se escogieron 27 nombres que se inician con los de la Comisión Científica fundadora que le dio origen al Museo, y se van completando con las de mis queridas antecesoras, Emma Araujo de Vallejo, Lucía Rojas de Perdomo, Elvira Cuervo de Jaramillo, y Maria Victoria de Robayo. Significativo constatar con esto, cómo durante el largo siglo XIX la tarea haya sido encomendada al género masculino y ya entrado el XX se haya reconocido muy justamente la posibilidad a mucha mujeres capaces y con muy acertados criterios, de dirigir los destinos del Museo. Esta historia de personajes con personajes, situaciones y lugares, como todas las historias.
Siendo presidente Miguel Antonio Caro y aún Director del establecimiento Fidel Pombo, hermano del reconocido poeta, en 1896 los Hermanos Maristas publican en Bogotá en la Imprenta de Vapor de Zalamea Hermanos, los denominados "Ensayos de geografía local de la ciudad de Bogotá", que muy seguramente se usaban como textos escolares que debían ser aprendidos de memoria por los estudiantes.
La Pregunta 67 dice: ¿Qué es un Museo?
Museo es el lugar en que se guardan varias curiosidades, pertenecientes a las ciencias.
La 68. ¿Cómo puede ser considerado el Museo de Bogotá? Que era la manera cómo se identificaba al Museo Nacional en ese entonces.
El Museo de Bogotá puede ser considerado como riquísimo ya que contiene banderas cogidas a los españoles; los estandartes de Pizarro; varios retratos; objetos que recuerdan los usos, costumbres y la civilización de los chibchas.
69. ¿Qué otras cosas contiene el Museo de Bogotá?
El Museo de Bogotá contiene herbarios de la Flora Colombiana, varios objetos de Mineralogía y geología; algunos cuadros de Vásquez, etc."
¿Esto nos lleva a preguntarnos, dónde estaba ubicado ese Museo descrito en ese Ensayo de Geografía Local? Porque además de ese pasado de la institución a partir de lo que contenía, también vale mencionar que la institución ha deambulado hasta llegar a ésta su sede definitiva, la Penitenciaria del Estado de Cundinamarca conocida también como el antiguo Panóptico.
El Museo descrito en esa especie de catecismo, estaba entonces ubicado en el Edificio de las Aulas, que es hoy sede del recién reinaugurado Museo Colonial. Y que en ese momento además compartía su sede con la Biblioteca Nacional, de la cual se le hacían preguntas similares a los estudiantes sobre su configuración y características.
No sobra mencionar cómo mientras el General Santander se encontraba preso allí por razón de la conspiración septembrina, y baya buen presidio, como el que he tenido la suerte de vivir aquí desde hace casi cuatro años, se dedicó a realizar un inventario de los libros de la Biblioteca, lo cual le dio la cifra total de 14.847
Ya había pasado por la Casa Botánica, edificio que hoy no existe y que estaría ubicado en los que hoy es la Plaza de Armas del Palacio de Nariño, y luego se trasladaría nada más ni nada menos que un Pasaje Comercial, muy parecido al que hoy subsiste en la calle 12 entre carreras octava y novena del centro de Bogotá. El actual Pasaje Hernández como un centro comercial de la época, tiene las mismas características del Pasaje Rufino Cuervo, que fue donde el museo tuvo su sede entre finales del siglo XIX y muy comienzos del XX.
Es difícil imaginar este museo entre almacenes y ventas y el ajetreo de la cotidianidad de compradores y negocios, amén de otras actividades como la que también está descrita en esa nuestra historia institucional que da cuenta de cómo además, las Salas del Museo eran prestadas a los miembros de la recién creada Academia de Historia y cuyas llaves debían ser turnadas con la Oficina de Telégrafos adjunta a los salones de exhibición. Otros tiempos de usos, otras tareas o tal vez las mismas tareas pero hoy con nombres diferentes.
El Pasaje Cuervo que hoy ya no existe, luego sería sustituido por otro edificio que iría a marcar la historia no sólo del Museo sino también de nuestro país. El lugar donde Jorge Eliécer Gaitán tenía su oficina, y del cual salió el 9 de abril de 1948 a la hora del almuerzo para ser abatido y herido de muerte.
Mientras ese terrible acto sucedía, y que desencadenó el Bogotazo, Teresa Cuervo Borda, quien había sido nombrado en 1946 como Directora, y a quien se le había encomendado la tarea de adecuar la antigua penitenciaria para ser convertida en Museo, acababa de regresar al Panóptico en un taxi con una caja de cartón que contenía nada más ni nada menos que la corona de oro, diamantes y piedras preciosas que el Cuzco le había ofrecido al Libertador Simón Bolívar en 1825.
Los historiadores hablamos con frecuencia de contrafactualidad, que es la posibilidad de especular sobre lo que habría sucedido si las circunstancias de tiempo, modo y lugar se hubieran modificado ligera o radicalmente.
Es posible que si Teresa Cuervo hubiera salido más tarde a recoger la Pieza que se encontraba en las Bóvedas del Banco de la República, no hubiera regresado con ella, ye s posible que su vida también hubiera corrido peligro. Lo que nos ha contado siempre con certeza su sobrina Elvira, es que las viandas que estaban preparadas para atender a las delegaciones internacionales, sí se quedaron servidas y ni siquiera ella pudo probar bocado, aunque hayan debido quedarse recluidas en el edificio hasta tanto los desmanes no amainaron.
Estos son sólo algunos ejemplos de cómo ese pasado como institución se va tejiendo entre el incremento de las colecciones, los mensajes aleccionadores sobre lo que significaba poner a la vista esos conjuntos tan variados de piezas, los relatos de quienes han sido testigos de nuestra historia y de las formas en que se pensaba debían ser las funciones de nuestra institución, que entre gran parte del siglo XIX y otro tanto del XX estaba más concentradas en una tarea de acumular, casi de manera indiscriminada piezas y objetos de singularidad, curiosidad y belleza.
Pero esto nos lleva a preguntarnos, hasta donde nos conduce a eso que definimos como pasado. ¿Es pasado el día de ayer, o es pasado el segundo en que leo esto y paso a la siguiente palabra?
Es por eso que debemos entrar ahora a esbozar el segundo capítulo de esta corta historia, en la que cabe reflexionar brevemente sobre cuál es el sentido que para el Museo Nacional tiene el tiempo, y en especial el presente, o eso que tal como reza nuestra misión, es eso que somos.
Hubo un tiempo en el que el quehacer del museo se concentraba en tres grandes ideas. Su colección, sus visitantes y el edificio que albergaba la primera y acogía a los segundos.
Hoy, nuestro presente nos ha llevado reinterpretar y redimensionar esos tres conceptos: Eso que ha sido llamado colección, hoy debe ser leído como patrimonio en sentido más amplio; el edificio debe ser entendido como el territorio en el que el edificio cumple su labor; y los visitantes deben ser identificados como la comunidad a la que el museo sirve y de la cual hace parte y a quienes tiene la tarea de servir. Así sea por medio de esa figura de la comunidad imaginada de la que hablaba el teórico inglés Benedikt Anderson y con la cual define a una nación. Un concepto sugestivo y evocador de la intangibilidad y casi evanescencia de una nación.
Hoy la labor del museo es permitir que los ciudadanos, y no sólo los de Colombia, sino los del mundo puedan entrar en contacto con esos patrimonios que a lo largo de la historia nos han sido legados, para que podamos reconocer, celebrar y reflexionar, además de dialogar sobre ese devenir en el tiempo. Tenemos por ende una responsabilidad, y es la de situarnos en el tiempo, pero superar de manera decidida esa idea de ser vistos solo como un túnel del tiempo y en dónde solo debamos voltear nuestra mirada hacia un atrás pasado, lejano e inamovible.
Mientras adelantaba la redacción de estas palabras, , abrí el día de hoy el Diario El Tiempo, actividad que he realizado de manera disciplinada durante la mayor parte de mi existencia, me encuentro en las páginas editoriales con la columna de Juan Esteban Constaín, que hace referencia a la manera como Ernst Gombrich el gran historiador austríaco concibe y redacta esa obra suya titulada "Breve historia del mundo". Y ello me lleva a pensar que si hay alguien que puede escribir mejor que uno, y más aún si su vocación es la de ser escritor, que mejor poder servirse de sus palabras para comunicar lo que se siente y se quiere decir.
Esa "Historia del Mundo" de Gombrich, puede ser una paráfrasis, a mi entender ,de lo que es el Museo Nacional, al decir de Constaín, pues cuando se refiere al hombre de Neardental, que puede ser también el de cualquiera de los individuos que habitaron nuestro territorio en tiempos prehispánicos. E inspirado en él, dice Constaín de Gombrich, "traza una suerte de línea divisoria entre los precursores del hombre y el hombre actual a partir de la siguiente reflexión:" Ningún animal hizo utensilios. Solo nuestra especie"
Es por ello que también el museo da cuenta – y una vez más uso las palabras del escritor colombiano- "de la utilidad y lo práctico, del dominio de la naturaleza para explotarla y usarla y conquistarla, para que luego llegue lo demás: el poder, el pensamiento, la libertad" Y a un paso más allá o tal vez más acá, si vemos a nuestro alrededor las obras que están colgadas en las paredes de los muros de la Rotonda la posibilidad de "crear belleza por medio de la contemplación del mundo y así crear el arte, y de esa manera concebir otras formas de entender y expresar el mundo y no sólo dominarlo. También sufrirlo y contarlo, que es lo que nos hace humanos también". Cuando Constaín menciona estas palabras, me lleva a evocar una situación personal que debo referir brevemente antes de terminar. Mucho de quienes están sentados aquí conocen es historia, otros tanto no.
Señor Presidente, invitados, amigos.
Esta historia se inició como todas las historias. Tiene un comienzo, pero creo que en nuestro caso no tiene un final tan acusado. Y eso se debe a que el futuro es algo ciertamente incierto. Pero aun frente a esa indefinición de lo que va a suceder más adelante, creo firmemente que el futuro de un país si se construye por lo que construimos día a día. Por las decisiones de nuestro presente una vez hemos revisado nuestro pasado. Igualmente como el futuro del Museo Nacional de Colombia.
Hace un par de semanas quedó en nuestras manos un símbolo del gran esfuerzo y dedicación del Presidente Santos. Un poderoso símbolo materializado en las formas generosas e inconfundibles del maestro Fernando Botero.
La paz ha quedado en nuestras manos. Quedó así mismo simbólicamente en las del Museo Nacional de Colombia, que son las manos y el cuidado de los cientos de miles de ciudadanos que nos visitan año tras año. Tengo la esperanza, Señor Presidente, que nos permitan seguirla cuidando, preservando, ejercitando y multiplicando.
Porque parte de esa tarea no es solamente cuidar esa escultura como una obra de arte. Es reconocer que el Museo y en general los museos de Colombia son y hemos venido siendo desde hace muchas décadas herramientas de paz. Lugares donde nos hemos permitido dialogar pacíficamente, expresar nuestros disensos, representar la diferencia, conversar sobre las más variadas expresiones de nuestra creatividad y de nuestros esfuerzos humanos.
Aquí y desde el año 2013 se ha iniciado un relato renovado se ha estado compartiendo con los visitantes. El de esa nación diversa y múltiple cultural y étnicamente. Un relato que no quiere enseñar una sola historia en mayúsculas, sino muchas historias en minúscula, que son las que hacen ricas y plenas de sentido las narraciones. UN relato que invite como lo decía Constaín y como les he contado de mi propia historia, a invitar a los ciudadanos a verse cómo seres integrales, seres humanos con sus virtudes y defectos, con sus esfuerzos y sus conquistas, con sus derrotas y sus logros y con la convicción de que cada quien construye la historia pero con su propia historia.
La historia que el Museo Nacional de Colombia quiere seguir contando y compartiendo, ya muy cercano a su Bicentenario. Una breve historia del Museo Nacional parafraseada por medio del cuento de Augusto Monterroso, que dé cuenta de un individuo, de un ciudadano, de una temporalidad y de un lugar, que son todos los individuos, los ciudadanos, las temporalidades y los lugares, así como el producto de sus acciones. 195 años en el sentir de los colombianos, 195 años en el recordar de los colombianos, 195 años en el vivir de los colombianos
Para que esta historia de 195 años pueda contarse de nuevo una y otra vez con la licencia de Augusto Monterroso, pero con una pequeña digresión:
"Cuando despertó, la paloma todavía estaba ahí".
Daniel Castro Benítez
Agosto 2 de 2018