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Discurso de apertura de la exposición 1819, un año significativo

 


Muy buenas noches a todos.


Colegas de museos, amigos, investigadores, historiadores, artistas, compañeros de trabajo y miembros del cuerpo diplomático, les pido que iniciemos con dos preguntas: ¿qué hizo de 1819 un año significativo?, pero también ¿qué hizo de esta misma fecha un año incierto?


Precisamente, en la mirada temporal que lanzamos sobre las dos preguntas podemos hallar un atisbo de respuestas. Una de ellas se apoya en la certeza de revisar esos sucesos con una distancia que puede medir sus efectos y resultados. La otra es hacer un ejercicio que evite desplazarnos en el tiempo y mirar esos hechos como si estuviéramos viviendo el 18 de julio de 1819: era domingo. Ese día Bolívar, su Estado Mayor y tropas llegaron a Belén de Cerniza. El Libertador se hospedó en la casa del señor Juan José Leiva. Entre las personas del servicio doméstico, le llamó la atención un galopín, o muchacho de mesa, muy vivo y listo para todo. El señor Leiva se dio cuenta y, con la galantería de un caballero culto y patriota, le ofreció el sirviente a Bolívar, por si lo estimaba de alguna utilidad, y como el Libertador vio que al chico le bailaban los ojos, se le hacía agua la boca por irse con el general, lo aceptó, asignándole como funciones privativas el cuidado de sus cabalgaduras, que cumplió muy lucidamente. Ese fue el soldado de rifles Pedro Pascasio Martínez.

Entre tanto, Barreiro evacuó Sogamoso y se desplazó en dirección a Paipa, a donde llegó en horas de la tarde. Con un escuadrón de caballería hizo un reconocimiento sobre Bonza, de donde huyeron unos cuantos rebeldes que se aproximaban a apoderarse del puente.


Mientras tanto, en Santafé las cosas andaban calientes. Lo sabemos por una carta del secretario del virrey Sámano a su hermano José Caparrós, secretario del genral Morillo.



Santafé, 18 de julio de 1819.


Querido Pepe,

Muchas son las ocurrencias de estos últimos días y, aunque quisiera bien por menor detallártelas, no me atrevo por exponerlas en un papel que tiene que pasar por tantas manos. Solo te diré que los ánimos se hallan preparados a hacer otra jarana como la del 20 de julio de 1810 con el Soberano Amar. El asesor ha sido el primero que ha dado los pasos aconsejando juntas y dando medidas para entorpecer las medidas que se han tomado para el sostenimiento de las tropas [realistas].




El juego del tiempo, siempre el mismo y, sin embargo, cambiante y voluble. Pero también dentro de él se encuentra la presencia de la historia que evita que ese tejido se deshilvane y deshaga sin que nos quede testimonio o evidencia de lo acontecido Y con él definir, luego del análisis de esos sucesos, si ese fue un tiempo significativo o incierto. Hace dos siglos se vivía en una incertidumbre. Hoy nos asiste una certeza de que lo sucedido marcó un comienzo y una ruta que fueron significativos por lo que somos hoy como nación.


Es por ello que, doscientos años después de los sucesos que sellaron la Independencia de la Nueva Granada, una institución como el Museo Nacional de Colombia considera necesario revisar de qué manera hemos heredado esas narrativas de victorias y derrotas, los efectos de la consiguiente configuración de un nuevo país llamado Colombia y los rituales que han perpetuado dichas memorias sobre la gesta libertadora, a partir de una aproximación a esos testimonios históricos que no pierde de vista ese peso temporal.


Dado que esta conmemoración tradicionalmente se centra en los sucesos castrenses, es conveniente considerar la manera como la terminología militar ha identificado ese lugar o geografía específica, donde los enfrentamientos bélicos acontecen como “teatro de operaciones”, así como la obvia correspondencia de sus protagonistas como los “actores del conflicto”. Todo indica que hay en ello un trasfondo implícitamente dramatúrgico sin que ello minimice los acontecimientos; se trata de un trasfondo que evidencia las tensiones entre individuos y grupos, el despliegue de sus intenciones directas o implícitas, al igual que sus decisiones y designios en el contexto en el que cada uno actúa, sin dejar de lado tanto sus dudas como sus propias contradicciones.


Sin desconocer en lo más mínimo el importante papel de los ejércitos patriotas en esa conquista militar que marcó derroteros de independencia frente al Imperio español en todo el continente de ahí parte de esa marca significativa, esos relatos de campañas y victorias militares han corrido el riesgo de quedar circunscritos a una escueta relación dicotómica entre dos bandos opuestos: los peninsulares frente a los criollos, con una escasa profundización en relieves y matices vinculados a otros grupos y actores sociales.


Con ocasión de esta conmemoración del Bicentenario, tenemos la oportunidad de aproximarnos a un espectro mucho más amplio de lo que usualmente estamos acostumbrados a recordar, como consecuencia de una narración histórica de corte puramente militar, heredada de formas rituales relacionadas con la celebración del primer centenario de la Campaña Libertadora en 1919 y los subsiguientes actos sesquicentenarios en 1969, las cuales convergen casi exclusivamente en al menos solo dos “teatros de operaciones” como fueron la Batalla de Boyacá y la Batalla del Pantano de Vargas.


En el marco del Bicentenario de la República de Colombia, esta primera exposición conmemorativa que el Museo Nacional presenta a los ciudadanos se nutre de un muy riguroso y, a todas luces, novedoso trabajo investigativo, por medio del cual el significativo año de 1819 es visto a partir de una serie más amplia y diversa de individuos y protagonistas que vivieron esta confrontación a partir de al menos tres grandes acentos: las rupturas, contradicciones y continuidades que esa situación de cambio político y social trajo consigo para todos y cada uno de ellos. 

Además de los militares, ese grupo de resonantes voces personificadas en artesanos, indígenas, clérigos, mujeres, funcionarios, esclavizados, memorialistas, comerciantes y extranjeros ilustra el relieve humano de una nación en ciernes, que evita escindir, doscientos años después, la reflexión conmemorativa de la memoria social y territorial.

Este trabajo, liderado por el profesor Francisco Ortega Martínez, permitió convocar a un grupo de jóvenes historiadores de la Universidad Nacional de Colombia y de la Universidad Externado de Colombia, para producir este relato que tiene, como gran escenario, la sala de exposiciones temporales del Museo Nacional.


Un especial agradecimiento a él, como a Martha Silvia Villegas, Javier Ricardo Ardila, María Angélica Monroy, Jean Paul Ruiz, Laura Daniela Florián y Daniel Andrés Cabrera, por su dedicado trabajo de filigrana interpretativa e investigativa.

A todos y cada uno de los miembros del equipo del Museo, que siempre llegan a este punto con la tarea cumplida a cabalidad. A todos nuestros proveedores, a quienes en esta oportunidad quiero agradecer, especialmente a Legis y a Mauro Consuegra, por su asistencia y total disponibilidad para cumplir con la publicación que acompaña la muestra. Al trabajo sensible y cuidadosos de Neftalí Vanegas, nuestro diseñador gráfico. A la Asociación de Amigos del Museo que ha preparado una serie de elementos que permiten llevar la celebración a cada una de nuestras casas.

Este evento de recordación se conecta inevitablemente con los hallazgos y reflexiones propuestas por los teóricos de la memoria, quienes sostienen que, en situaciones como estas, los gestos conmemorativos están necesariamente permeados por gestos performativos, que deben dar obligado cuerpo y voz a quienes intervinieron de una y otra manera en esos sucesos fundacionales. He aquí una interesante coincidencia con esos teatros de operaciones y los actores y protagonistas de los sucesos.


Sin embargo, más que memorias autómatas del pasado, lo que buscamos es producir contrastes vitales, que llegan al presente con luz y voz propias e investidos de un hálito de humanidad, para marcar otros tantos aspectos de diversidad, inclusión y reconocimiento plural, que hoy en día son elementos básicos para continuar en la construcción de la sociedad que hemos heredado y a la que aún debemos darle forma y sentido histórico de manera cotidiana y constante. 

Conmemorar, adicionalmente, no es tan solo lanzar una mirada exclusiva sobre el pasado; se trata, más bien, de una oportunidad para revisar las herencias y legados de lo que distintas personas y grupos sociales activaron en tiempos pretéritos y que hoy recordamos, gracias a un misterioso fetiche que es el de la activación del tiempo en cifras redondas. Se trata del poder del cero, como el de uróboros, esa serpiente que se muerde la cola y que también representa el mito del eterno retorno o una dimensión de infinito, de riesgosa circularidad, de hueco negro, como el que vimos retratado hace un par de meses en todos los medios de comunicación y que era la imagen de algo que fue, era y no es. Considero que el riesgo de la conmemoración es quedarnos atrapados en un hueco negro donde todo y nada cabe en él. Así mismo, la conmemoración es una gran oportunidad no solo para revisar lo que ocurrió de manera anecdótica, sino, sobre todo, de adquirir conciencia de lo que ocurrió. Esto no lo digo yo, sino que lo expresó hace un par de meses el escritor Juan Esteban Constaín en su columna habitual del diario El Tiempo y, no obstante, el Museo Nacional de Colombia se identifica con ese mensaje. Esa conciencia de lo que sucedió evoluciona en el tiempo y, por ello, hay que rastrearla y relatarla, porque en ella hay claves de nuestra identidad y de los que somos hoy en día.


Por eso, esta muestra resulta muy atractiva, ya que, de manera polifónica, ha abierto el espectro de los protagonistas. Con estas voces que rescata esta exposición, podemos rastrear cuáles son esas transformaciones que hemos vivido en doscientos años con estos grupos humanos, si la herencia es la misma o se ha transformado, si la configuración de ese nuevo país se ha ampliado, transformado o incluso amplificado. No quisiera ser tan pesimista, hasta el punto de pensar que la conclusión sea que ya no hay esperanza, porque más bien hemos retrocedido al punto cero. A otro punto cero.

Siguen con esto los retos. Esta muestra será convertida en la XII edición de las exposiciones iconográficas que el Museo Nacional envían a los más de 1200 municipios de todo el país, aunada a la iniciativa del actual Gobierno de una estrategia de exposiciones itinerantes, donde nosotros hemos sido pioneros desde hace más de 20 años. 


Además, al ser esta la primera exposición conmemorativa, esto indica que habrá una segunda que esperamos abrir en noviembre, exactamente el jueves 28. Será una muestra internacional que tiene como título Pintores en tiempos de Independencia. Figueroa, Espinosa, Gil de Castro, la cual busca poner en diálogo el trabajo artístico de estos tres artistas, que tuvieron en frente a la mayoría de los protagonistas de las luchas independentistas y de la creación de la mayoría de los Estados nación de nuestro continente. Se trata de 83 obras, provenientes de colecciones públicas y privadas de Chile, Argentina, Perú y Colombia, que conformarán esa muestra, donde podremos ver por primera vez en Colombia algunos de los retratos pintados por Gil de Castro, en especial el de Simón Bolívar y el del mulato José Olaya, dos obras maestras de la colección del Museo Nacional de Arqueología, Antropología e Historia del Perú y que tendremos la oportunidad de ver por primera y última vez fuera de su sede habitual, pues nos han confirmado que no se volverá a autorizar su préstamo para exposiciones fuera de Perú.


Con todo lo anterior, reiteramos que la utilidad de la conmemoración radica en ver cómo nos hemos enriquecido en cuanto sociedad a partir de esos legados y esos testimonios, aquí y ahora. Añado y gloso a Constaín para terminar: “no es solo el pasado lo que nos interesa del pasado. Es también el presente”


Daniel Castro Benítez

Director

Museo Nacional de Colombia

Bogotá, 18 de julio de 2019





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